ADMINISTRACIÓN Y GESTIÓN

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lunes, 11 de enero de 2016

El discurso de Felipe VI

Este año hemos podido comprobar el discurso del rey Felipe VI por segunda vez desde su coronación. El principal problema del discurso navideño del rey Felipe VI, desde el punto de vista de la comunicación no verbal, fue paradójicamente su composición verbal.

El texto volvió a caracterizarse por una estructura gramatical demasiado caótica, una acumulación de abstracciones y calificativos huecos, frases excesivamente largas y subordinadas, y párrafos interminables.

Adam Frankel, uno de los célebres copywriter de Obama, asegura que lo primero que debes hacer para redactar un buen discurso es “escribir como hablas”, porque hay frases que suenan muy bien sobre el papel, pero que resultan farragosas y pierden toda su intensidad al pronunciarlas en voz alta. Eso le ocurrió esta Nochebuena a Felipe VI una vez más, a pesar de su notable esfuerzo por dramatizar y enfatizar las palabras.

La cosa se complica cuando además tienes que leer tu discurso en un teleprompter, como hizo el monarca español. El "prompter" tiene su propia técnica, no solo de lectura, sino también de redacción, y requiere de un lenguaje llano, casi coloquial, con frases directas, cortas y sencillas; de lo contrario, se nota inmediatamente que estás leyendo con dificultad, y se hace prácticamente imposible transmitir emoción alguna. En algunos momentos hasta cuesta seguir el hilo argumental. Así las cosas, la desconexión entre lo que cuentas y lo que tu conducta no verbal transmite resulta chocante. Quizás por este motivo no fue fácil encontrar en el rostro de Felipe VI ninguna expresión emocional destacable durante el discurso, más allá de la seriedad y la tristeza como emoción básica subyacente.

La otra emoción clasificable en la cara del rey español fue una micro expresión de asco que se repitió en dos ocasiones, cuando se refirió a la “indignación y el horror” del terrorismo integrista y sus “ataques” a nuestro sistema de convivencia.

En relación a su primer discurso de las pasadas Navidades, se pudo observar un mayor aplomo y seguridad en la conducta del jefe del Estado español. En ningún momento se detectaron los gestos adaptadores realizados con las piernas en la edición anterior. Este año el asiento era más alto, su rodilla de apoyo no quedaban por encima de las caderas, y le permitía una mejor postura.

La fisiología volvió a jugar en su contra, volvimos a ver su tic nervioso de mojarse los labios con la lengua entre frase y frase. Lo repitió en más de 30 ocasiones, frente a las 20 del discurso anterior, un incremento considerable.

El discurso de Nochebuena del rey Felipe VI ha sido un buen intento por innovar y evolucionar, aunque ya se sabe que la voluntad no va siempre acompañada del acierto. Mientras la Casa del Rey se empeñe en ofrecernos un discurso televisado en lugar de un discurso televisivo, poco más podremos avanzar, por mucho que el monarca se esfuerce y entrene. El lenguaje audiovisual es muy diferente al escrito. Un buen copywriter no vendría mal entre tanto funcionario.

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