Este año hemos
podido comprobar el discurso del rey Felipe VI por segunda vez desde su
coronación. El principal problema del discurso navideño del rey Felipe VI,
desde el punto de vista de la comunicación no verbal, fue paradójicamente su
composición verbal.
El texto volvió a
caracterizarse por una estructura gramatical demasiado caótica, una acumulación
de abstracciones y calificativos huecos, frases excesivamente largas y
subordinadas, y párrafos interminables.
Adam Frankel, uno
de los célebres copywriter de Obama, asegura que lo primero que debes hacer
para redactar un buen discurso es “escribir como hablas”, porque hay frases que
suenan muy bien sobre el papel, pero que resultan farragosas y pierden toda su
intensidad al pronunciarlas en voz alta. Eso le ocurrió esta Nochebuena a
Felipe VI una vez más, a pesar de su notable esfuerzo por dramatizar y
enfatizar las palabras.
La cosa se
complica cuando además tienes que leer tu discurso en un teleprompter, como
hizo el monarca español. El "prompter" tiene su propia técnica, no solo de
lectura, sino también de redacción, y requiere de un lenguaje llano, casi
coloquial, con frases directas, cortas y sencillas; de lo contrario,
se nota inmediatamente que estás leyendo con dificultad, y se hace
prácticamente imposible transmitir emoción alguna. En algunos momentos hasta
cuesta seguir el hilo argumental. Así las cosas, la desconexión entre lo que
cuentas y lo que tu conducta no verbal transmite resulta chocante. Quizás por este
motivo no fue fácil encontrar en el rostro de Felipe VI ninguna expresión
emocional destacable durante el discurso, más allá de la seriedad y la tristeza
como emoción básica subyacente.
La otra emoción
clasificable en la cara del rey español fue una micro expresión de asco que se
repitió en dos ocasiones, cuando se refirió a la “indignación y el horror” del
terrorismo integrista y sus “ataques” a nuestro sistema de convivencia.
En relación a su
primer discurso de las pasadas Navidades, se pudo observar un mayor aplomo y
seguridad en la conducta del jefe del Estado español. En ningún momento se
detectaron los gestos adaptadores realizados con las piernas en la edición
anterior. Este año el
asiento era más alto, su rodilla de apoyo no quedaban por encima de las
caderas, y le permitía una mejor postura.
La fisiología
volvió a jugar en su contra, volvimos a ver su tic nervioso de mojarse los
labios con la lengua entre frase y frase. Lo repitió en más de 30 ocasiones,
frente a las 20 del discurso anterior, un incremento considerable.
El discurso de
Nochebuena del rey Felipe VI ha sido un buen intento por innovar y evolucionar,
aunque ya se sabe que la voluntad no va siempre acompañada del acierto.
Mientras la Casa del Rey se empeñe en ofrecernos un discurso televisado en lugar
de un discurso televisivo, poco más podremos avanzar, por mucho que el monarca
se esfuerce y entrene. El lenguaje audiovisual es muy diferente al escrito. Un
buen copywriter no vendría mal entre tanto funcionario.
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